—No seas ridículo, no pienso comprarme otro
móvil —digo resignada.
—No seas ridícula, sabes que lo necesitas —lo miro alzando una ceja y el me giña un ojo—. Por favor, no merece llamar así. Hazme caso y cómprate otro.
Suspiro. Manu me lleva dando la tabarra todo el día, y aunque simplemente esté esperando a mi amiga mientras que compra ella su nuevo móvil, aquí esta él, intentando convencerme de que compre yo otro. Maldita compañía de mierda, le voy a meter su vendedor por el culo.
—Por favor, al menos echa un vistazo. Tenemos un par de modelos nuevos que de seguro te interesarán. Naiara, ¿me estás escuchando?
Yo sigo mirando mi móvil. Respondo algunos mensajes y luego vuelvo a alzar la vista. Y ahí sigue. Manu Martínez, el pesado de la compañía.
—No estás dando un buen visto bueno a los clientes ¿sabes? Más bien me estás haciendo espantar. Ojalá que termine esto pronto.
Él me mira y se ríe. Y por fin, se aleja a atender a otro cliente y deja que corra el aire. Nunca me he sentido más a gusto en la vida. Echo un vistazo a la cola e Irene sigue esperando. Me guiña un ojo y yo le sonrío, y vuelvo a mirar mi móvil con impaciencia.
Al de poco noto una sombra acercarse. Ruedo los ojos esperando otra vez al vendedor, pero me sorprendo al ver que no viene hacia mí. Le miro con confusión y vuelvo a mi móvil.
Os preguntaréis de qué lo conozco. Es simple. Él y yo íbamos a clases de inglés juntos hace tiempo, y por casualidad, hoy me lo he encontrado trabajando aquí. Gracias a las malditas clases de inglés, él se permite la maldita libertad de poder hablarme con toda la confianza del mundo. Os juro que ahora mismo odio a los malditos vendedores de móviles.
Suspiro otra vez al encontrármelo frente a mí. Cruzo las piernas y me fijo en su cartelito, donde me he acordado de su nombre. Sí, si no hubiese sido por él mismo, Manu habría seguido siendo un simple desconocido. Y cómo me hubiese encantado que así fuera. Pero al parecer no se puede.
—Naiara —me dice.
Suspiro y le miro.
—Qué.
—Me encantas —suelta.
—Muérete.
Él se aleja un poco y se sienta a mi lado.
—¡Qué fría! No te recordaba tan desagradable.
—Déjame en paz.
Suspiro y el sonríe.
—Vale, ahora en serio. ¿Por qué dejamos de hablar? ¿Y si volvemos a ser como antes?
Dejo mi móvil en paz y le miro. Veo de reojo que Irene está viniendo. Guardo las cosas en el bolso y me levanto.
—Manu, los gilipollas no me van. Y tú, que tratabas como mierda a mi amiga, menos todavía. ¿Lo entiendes ahora o quieres que te de una colleja en los huevos? Porque bien que te vendría en este momento.
La sonrisa del chico desaparece, y para cuando va a soltar algo, Irene se acerca y me saca de la tienda.
—¿Con quién hablabas? —me pregunta.
Yo le sonrío y le cojo del brazo.
—Con nadie interesante. ¿Nos vamos?